Poesía para no pestañar

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Nada de corazones a medio palpitar,
aquí todos viven a manos sueltas,
lenguas sueltas,
piernas sueltas.
No como por casualidad, pero
nadie quiere cantar un verso,
repetir las mismas palabras de amor,
ni abrazarse a los días de la semana,
porque las risas se cansan de carcajear
y el llanto no piensa por costumbre
como lo haría un suspiro esperanzado.

Ningún silencio quedará libre,
ninguna palabra de más se quedará en la garganta.
Basta, señores,
la silueta de las palabras se escabulle entre los dientes,
aunque las apunten los dedos del medio
y las pisen las huellas de más viejos tiempos.

Despertar, damas y caballeros,
hacer amanecer a la saliva cotidiana,
ya casi pantanosa de flotantes lenguas peludas.

Las calles se abrieron como un camino imaginario,
y los hombres escupen al cielo
alarmando aires de fuego en los pasillos de la brisa,

Un loco quinceañero mirón, bocón y cojeante,
corre por la avenida de bienvenidos advenimientos.

Correr, correr, correr
sin agotar los pasos.

La poesía todavía no se cansa de ser libre,
hombres y mujeres:
que nadie se aburra de ser libre.

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