Triste y sierto.

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Cuando llegó el profesor a la sala todos callaron, agacharon la cabeza y dieron media vuelta para sentarse. Las clases transcurrieron normales, con Agusto liderando la primera fila, delante el profesor.
Terminó la hora se ciencias naturales; pasaron 3 minutos.
- Te salvaste hace un rato pero al almuerzo no te salvas - dijo desde un rincón uno de los alumnos del 8ºC.
Agusto permaneció en silencio y sintió como se le elaba la frente de sudor. No tenía voz para defenderse, ni pies para patalear, ni mucho menos actitud para enfrentarlos. Aún quedaban dos horas, ¿qué iba a hacer? Nada, no podía hacer nada. O tal vez...
- Profesora tengo mucho miedo.
- Qué pasó, a ver cuénteme.
- Mis compañeros me molestan y en el almuerzo quieren pisarme entre todos para ver hasta que punto resisto.
Listo. Ya había hecho algo, ahora debía esperar para ver qué hacía su profesora al respecto.
Llegó la hora, todos en sus marcas.
- ¡oie! - Llegó una bola de papel en su cabeza - te tocó. ¡párate!
Obedeció en silencio.
- Vamos estúpido, todos queremos patearte la cara.
El ambiente era tenso y los alumnos disfrutaban de aquel momento cruel, querían que llegase su turno.
Justo cuando iban a comenzar, entre burlas y chistes pesados, entró Carmen, y Agusto no había persibido que su profesora estuvo todo el tiempo detrás de la puerta.
- Ustedes cinco vengan conmigo ahora mismo.
Quedó todo en un brutal silencio, el que dio tiempo al niño para pararse y volver a su puesto. No sabía qué pasaría; si por consecuencia se agravaban más los hechos, o por fin estría tranquilo.
Después de una hora llegaron los 5 niños, que desde ese momento se convertían en ex alumnos del colegio A-7.
- Ya verás imbécil, no cantes victoria antes de tiempo.
Fue suficiente para hacer a Agusto arrepentirse de inmediato de su valiente azaña.
- Quico estúpido llorón, ten cuidado.
Y era verdad que ni con todo el dinero que éste poseía compraría la rabia de sus ex compañeros.


A una semana de lo ocurrido, Agusto no estaba tranquilo; el chofer lo dejaba y lo retiraba fuera del colegio, pero no era suficiente para acabar con la opresión que sentía en el corazón.
Sonó el timbre y los alumnos del colegio comenzaron a salir. Qué lástima que Agusto fuera uno más dentro de la multitud y que nadie haya notado cuando desapareció.
- Déjenme porfavor.
- Llama por teléfono a tu papi que vendrá corriendo; o perdón, enviará a uno de sus choferes.
- Deja de llorar - dijo otro.
La verdad era que donde estaban nadie iba a escucharlo.
Entre las calles más solas de Santiago quedó el pobre Agusto, con un diente menos y la mano izquierda completamente inmóvil. Su cuerpo estaba demasiado débil.
Alguien lo vio y lo llevó a su casa.
¡Qué horror! En qué andaba metido el hijito. Al hospital.
- Señora, yo no sé si usted sabe lo que le pasó a su hijo - dijo el doctor - pero a recibido duros golpes en todo el cuerpo y me temo y no podrá usar jamás la mano izquierda, tiene una lesión muy grabe.
¡pero cómo!
Así simplemente. Sin mano, sin compasión, y sin colegio.
- Agustito no quiere volver al colegio. Es tu culpa, nuestro hijo no nació para un colegio municipal cualquiera - dijo la madre al padre.

Así comenzó una nueva etapa, nueva vida. Amigos; no nuevos amigos, sólo amigos. Ya no era el niño solo, motivo de burlas. Era otra edad, qué mejor momento para volver a empezar. Favorecido por su incapacidad, por su única mano derecha, la misma que lo volvió el chico más prepotente.
Crecer sirvió para darse cuenta de muchas cosas, y hubiese querido advertir a los casi adolescentes de octavo básico que herir tan profundamente a alguien puede traer malas consecuencias; Agusto tenía odio dentro de si y no era el mismo. Es peligroso jugar cruelmente con una persona, sobre todo si esta persona nació destinada al poder.







... Hay un diablo que se llama Agusto ...



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